¿Qué sucede cuando, en poco más de un par de horas, hay una transición, marcando un debate entre el té verde y el café con aspartamo, la fibra poderosa contra la oblea y su código de barras o el smoothie que rompe el ayuno intermitente reemplazado por criollitos y otro café, ahora con leche industrial y más aspartamo, al que se suma un jugo de ¨naranjas¨ de dudosa procedencia?
En principio, lo que surge, es una ligera contradicción. Tantas alabanzas, tantas loas que le canta la aventura a los devotos rupturistas de la zona de confort…tiene gran parte de su razón de ser y, al manifestarse, uno adhiere casi plenamente al entusiasmo, todo muy Sagitario. Pero la constancia sobre el hábito saludable puede quedar rezagada por el mero hecho de habernos desplazado un poquito, casi nada, apenas dos horas y pico en dirección hacia otros puntos cardinales.
¿Qué sucede cuando pasamos, en cuestión de horas, de la meditación hacia la calma tensa (oxímoron), o cierta resistencia? El hueso del asunto está en el desplazamiento, ya se ha dicho, la fuerza que elabora cada músculo interno o etéreo. La atención se potencia, hay que hacer acopio inmediato de lo que se viene cultivando.
De la Naturaleza a la ciudad, algunas situaciones comienzan a llamar de modo creciente mi atención. El ruido aturde y electrifica los sentidos. Frío y gris, el cableado se alborota ante infinidad de estímulos visuales, sensoriales, los pasos son atávicos, el tiempo vuelve a ciertas zonas o matices de la infancia. Preparativos espontáneos encienden un pequeño banquete. Ritmo, melodía y armonía son claves para escuchar mejor. La Avenida Colón, por la madrugada, tiene ecos de nostalgia que abriga y arrulla. Todo el pasado dulce y sereno vuelve a la mesa redonda, sobre La Cañada, que a esa hora es un hilo de agua gélida enmarcada por una escenografía majestuosa.
Algunas circunstancias están un tanto deterioradas, pero el ánimo de supervivencia y festejo continúa…¿cómo decirlo?, con toda la intención del mundo de regalarle a nuestros abuelos un poco de lo que ellos nos dieron: noches de estrellas tibias, ríos con cielos, sierras y risas, sol, lunas inmensas con reuniones familiares siempre unidas, siempre alegres. Difícil contemplarlo en este invierno, pero no imposible. Lo que a priori se presenta como debilidad, también puede torcer el rumbo de las cosas y despertar, por enésima vez, a la esperanza. ¨Seguimos todos acá¨, dice el mayor de mis primos cordobeses. Volver a tus lugares de siempre, contar con la suerte de pertenecer a dos ciudades: una es el exceso, el oasis, la otra continúa siendo puro descubrimiento.
© Nicolás García Sáez