Una llave

Puedo imaginar paredes en mi jardín, atestadas de tarántulas y culebras. Pispear un sol ardiendo entre la huerta mientras los pequeños tomates se queman. O puedo verlo tal cual es, austero y pleno, con cada elemento en su lugar.

El Tao enaltece el vacío. Donde casi todos ven molestia, el susodicho vislumbra un océano de posibilidades. Allí, puede germinar el nuevo viaje de Ulises hacia tierras remotas o el descanso sobre el pétalo gigantesco de un cosmos, color azul intenso y a punto de explotar.

En la casa, dice el Tao, se aprecian las paredes, su espacio interno. Una vez expuestos los cuadros, se puede calcular el precio de cada pintura o, en medio de la contemplación, iniciar la travesía, el puente hacia el destino que propone la obra. Suelen suceder algunas cosas: la cáscara sencilla del mero espectáculo, un camino en el medio o la llegada a un oasis atiborrado de sorpresas. Una vez encontrada la llave que abre la puerta, no se puede desandar ningún periplo, todo está dispuesto para vestir al destino de infinito

 

© Nicolás García Sáez