Intentemos visualizar a un muñeco de plomo (con la cabeza llena de rulos como los de Valderrama, aquel pibe colombiano de Santa Marta) montado sobre el lomo de una rata rabiosa, jinete de un Apocalipsis que en este caso es el basural de un pueblo del que nunca sabremos el nombre. Imaginemos a ese mismo muñeco (la quijada cuadrada, los ojos secos pero también vivos, peluca como la de Mozart) declamando bajito y traumado en el medio de un bosque porque se le quemaron los rulos, excusa que le servirá para soñar con dejar los goles y dedicarse a pisar las tablas de algún teatro perdido. Intentemos visualizar ahora a un equipo de fútbol conformado por, entre otros, un ciruja, un emo, un ladrón, un sacerdote y un gorila de más de dos metros, todos a punto de enfrentarse con un equipo de jugadores “perfectos”. O intentemos concebir la tensión de un duelo de vaqueros adentro de un bar, con música de far west incluída, solo que en lugar de vaqueros hay un rímero de niños y en lugar de pistolas…un metegol. Allí, de algún modo, empieza todo.
“Quiero que Metegol sea la película que más gente llevó en la historia del cine en la Argentina”, dijo Campanella en el suplemento de espectáculos de un diario de circulación masiva. ¿Exagera? Veamos.
Aquel jueves lluvioso asistí puntualmente a la Avant Premiere de Metegol, el nuevo hito del cine nacional que se proyectaría media hora más tarde en una de las salas del Shopping que hay en el barrio porteño y tanguero del Abasto. Un desayuno con medialunas, muffins y café con leche era más que bienvenido a esa hora temprana de la mañana. Concluído el trámite, mientras me ubicaba en el centro de la séptima fila de una sala cómoda y amplia, empecé a jugar con los anteojitos que me dieron en la entrada para poder ver la película con todos los efectos de la tercera dimensión. Los cristales no eran ni azules, ni rojos, eran negros. En la sala apagaron las luces y comenzó un ritual que nos viene cautivando desde el 22 de marzo de 1895, fecha elegida por los hermanos Lumiere para proyectar el nacimiento del cine.
Fue un tanto extraño comenzar a ver y percibir una película animada argentina que, para mi gusto, y en muchos aspectos, superaba ampliamente (fotograma tras fotograma, guiño tras guiño, gag tras gag) a tantos tanques de Hollywood, siempre o casi siempre exquisitos en la factura, pero inferiores en su contenido. ¿Cómo explicarlo? Haré el intento partiendo de la base que, una cosa es un Big Mac con Coca Cola y otra muy distinta un alimento elaborado con paciencia oriental, acompañado de un Malbec mendocino. Resumiendo: una cosa es un combo de comida rápida y otra un plato de autor, aunque ese plato cueste veintiún palos verdes ¿No son precisas estas analogías para hablar de la película más cara de toda la historia del cine nacional? Haré otro intento: una cosa es escuchar (y soportar) un doblaje con voces españolas, portorriqueñas o mexicanas, y otra muy distinta es disfrutar una animación de primerísima calidad hablada, transmitida, palpada, horadada, en fin, trabajada de pé a pá en nuestro propio idioma, el argentino, con nuestro humor, con todos nuestros códigos, con nuestra idiosincrasia y sus contradicciones que, a veces, bueno, entendemos solo nosotros.
Campanella se tira a la pileta de las aguas animadas con un clavado estudiado. Algún distraído podrá decir que hay cabos sueltos en las digresiones que van apareciendo a lo largo (y a lo ancho) de la narración. A mi entender (y al de las risas del público compuesto por los periodistas que abarrotaban la sala) esas digresiones subrayan, ahondan e incluso aprovechan la posibilidad de quitarles el manto soporífero y solemne al que nos tienen acostumbrados tantas películas “redondas” hechas con actores y actrices de carne y hueso. Como flores delirantes que han crecido luego de regar las semillas del gran Fontanarrosa, el argumento, como tallo y en principio, es muy simple, efectivo, típico del universo Campanelliano : Amadeo nos cuenta, a través de los oídos y la imaginación de su hijo, una historia de su propia niñez. Mientras calzaba los cortos y noviaba con la intrépida Laurita, en aquel barrio disfrazado de pueblo había un bar que guardaba en sus entrañas un metegol. El niño Amadeo era el crack imbatible de aquel juego, tanto, que batió en un duelo, entre las alabanzas eufóricas de su noviecita, al Grosso, un muchacho empecinado cuyo mantra repetido es: “yo nunca pierdo”. Amadeó ganó, el Grosso perdió. El muchacho del mantra repetitivo se va y vuelve, años más tarde, exageradamente acaudalado, fortuna acumulada gracias al rencor. El Grosso no puede olvidar aquel partido perdido y quiere revancha, venganza, para ganar y quedarse con el pueblo y, de paso, como yapa, llevarse también a la ahora bella y joven Laura. Y es allí donde esta película (que costó, repetimos, 21 millones de dólares) pierde su status de film futbolero para entrar por medio de gambetas a hablar de la amistad, el honor, la pasión, los valores y el amor.
Fue curioso, pero no tanto, escuchar como todas las risas, de pronto, al encenderse la luz, se convirtieron en un aplauso medido. Imaginé, como suele suceder con las películas que nos dejan satisfechos, que la sala iba a explotar entre vítores de reconocimiento al concluír la función. Pero luego también recordé que los que estábamos allí representábamos a los medios de comunicación. Y recordé también que lo que había en juego, al fin de cuentas, era un negocio. Por mi parte no me quedé con las ganas y, sin ánimos de especular, aplaudí hasta que me pareció ver alguna chispa entre mis manos. El director de cine argentino con mayor proyección internacional ingresó con su troupe de celebrities argentas. Fontova y compañía ocuparon las ubicaciones dispuestas frente a la prensa y comenzó la conferencia. Algo me dijo que estaba viviendo un pequeño momento histórico dentro del mundo audiovisual. Campanella señaló, luego de algunas preguntas de rigor, que los allí reunidos éramos los primeros en ver la película. Luego, en un ambiente amable, risueño, futbolero, nos dijo que, entre otros, se inspiró en Orson Welles y sus actores a la hora de brindarles movimiento a las animaciones. Un proceso que duró un poco más de dos años y medio y, dentro de ese lapso, al principio de todo, el añadido de un año de sincronización para poder entrar en calor. Hubo alguna mención a Toy Story a la hora de hablar de la resurrección de los muñecos. Varios portales y suplementos se contagiarían, más tarde, aludiendo en sus críticas a una de las películas mas intensas del director: Luna de Avellaneda. Un dato manifestado por JJC llamó mi atención: algunos rubros en animación que en Argentina no existían, dejaron un entrenamiento a los técnicos de acá bastante notable, un capital de inversión que va a ser muy importante en el futuro. Campanella indicó que en lo tecnológico y en lo humano ya estamos en el mismo nivel que cualquier película que se pueda hacer en la meca del cine y aledaños. Tal vez haya que ajustar algunos detalles con los píxeles que se esconden entre el agua y el fuego, pero la idea de que todos los actores compartiesen un mismo espacio (una sala de ensayo) y actuasen las voces con los cuerpos, le brindó ese plus orgánico que, hasta ahora, no se vió en ninguna película de animación que se haya realizado en todo el planeta Tierra. Pasión argentina. Así, se habla de la posibilidad de editar las actuaciones de todos los actores dentro de aquella sala. Y de la posibilidad, también, de que haya una secuela, ya que hay personajes que dan para mucho más y un estudio de animación con personas muy talentosas y entrenadas y con ganas de seguir ocupadas. De este modo, a medida que avanzaban, los equipos técnicos y el equipo actoral se fueron entusiasmando, y entonces creció el nivel de exigencia, y la confianza, y la sensación agradable de que estaban por lograrlo y, claro, los inversores (que por algo son inversores) respondieron con paciencia, con fé, creyeron en el proyecto y aquí estamos todos, esperando a que este estreno también funcione en el mercado internacional. Ellos por varias razones, yo por el sabor delicado que me llevé junto a casi todos mis sentidos luego de disfrutar una película argentina que me pareció mejor que cualquiera de las que se hacen en Hollywood.
© Nicolás García Sáez* / Diario ¨La Portada¨ / *Editor del suplemento de viajes, turismo y cultura*
Año 2013 / Buenos Aires / Argentina
Ejemplar impreso a disposición del/la interesado/a
En you tube (video: Nicolás García Sáez)