En Levitando (1999), la acción de los moebios, cayendo despatarrados al vacío -un fondo neutro puntillista-, provoca, otra vez, la abstracción de una cualidad física, la suspensión de un instante y la sensación de que el espacio plano se abre al infinito. Mientras que Sin encasillar (2000) los exhibe ordenados, en una grilla, desplegados linealmente en casilleros, en posturas individualizadas, pero ceñidas a los límites de las celdas. Cada moebio es único, tiene un color, verde, rosa, azul, neutro; algunos se repiten y le dan ritmo a la lectura, todos juntos forman una especie de taxonomía de las emociones. Uno de los casilleros está vacío y es en esa excepción donde confluye el tema de la obra; el sentido por omisión lo da una ausencia, una entidad fuera de catálogo.
Texto: Florencia Suárez Guerrini