Brujas / La bella dama belga

 

 

Escuché alguna vez un dicho que sostiene que los médicos entierran errores, mientras que el arquitecto no tiene otro remedio que taparlos con hiedra. Brujas me hizo comprobar que la hiedra puede ser también un atractivo componente de la imagen urbana y que su presencia en ella se justifica a menudo por motivos enriquecedores y no necesariamente encubridores.

Acabo de bajar del tren que me trajo desde Amsterdam, luego de pasar allí una semana. La intensidad holandesa se va diluyendo de a poco ante la aparición de esta bella dama belga, que me seduce de entrada y me invita a que la conozca, por dentro y por fuera.

Ingreso en una taberna que parece sacada de Las aventuras de Astérix y su propietario, un hombre muy excedido de peso, con gran mostacho rojo y sonrisa preparada para el turista (aparentemente franca), me comenta, entre cerveza y cerveza, que allá, por el año 862, Balduino “brazo de hierro” raptó a Judit, hija del rey de Francia, Carlos el Calvo. De agrado o por fuerza, este último envió a su yerno indeseable a la provincia de Flandes, para detener las incursiones normandas. Los normandos, cada vez más atrevidos, habían instalado al fondo del estuario del Zwin un desembarcadero o bryggja para sus naves (se acepta generalmente que esta vieja palabra escandinava es el origen del nombre actual de Brujas).

Simil Obélix observa como tomo nota de lo que me está contando y continúa, entusiasmado: el fuerte o castrum, construído por Balduino, fue convirtiéndose progresivamente en una ciudad, y ya en el 875 se encuentra por primera vez el nombre de Brujas mencionado en una crónica.

Me despido, entusiasmado por recorrer la legendaria ciudad de mi anfitrión. Le comento su parecido con el rollizo héroe galo. Ahora sí, qué duda cabe, su sonrisa es franca.

Propongo el siguiente recorrido, previa adquisición del planito de la ciudad, para comenzar a descubrirla. Es altamente recomendable empezar por la plaza del Mercado, que puede ser bien identificado por su torre de 83 metros de altura. Esta construcción, denominada el beffroi o Atalaya -el monumento más prestigioso de la ciudad- comienza a desplegar su ritual, invitándome a su mundo encantado a través de los sonidos de sus cuarenta y siete campanas de bronce. Entrando a la plaza Burg, Brujas comienza a manifestar diferentes rasgos de su personalidad: estilo romántico en la cripta de la basílica de la Santa Sangre (cuya procesión es la más famosa de Brujas), gótico en el ayuntamiento, renacentista en la antigua escribanía, clásico en el palacio de justicia y barroco en el antiguo prebostazgo.

Mientras voy silbando unas melodías que no sé de dónde provienen, tomo por la Blinde Ezelstraat (la calle del Asno Ciego), que recibe este curioso nombre gracias a una vieja hostería de piedra situada allí, entonces desemboco en la antiquísima “pescadería”, luego me dirijo al famoso Rozenhoedkaai (el Muelle del Rosario): sensación de estar dentro de una postal. En este muelle, se puede comer, beber, sentarse y disfrutar del sol, tomar una lancha o contemplar las construcciones en el canal y la Atalaya emergiendo desde el fondo. Ya embarcado, sigo pispeando alucinado el numeroso conjunto de edificios de viviendas que van ofreciendo siempre algún pequeño detalle, nada sobra y nada falta, belleza, sentido común e inteligencia. Los canales y sus magníficos puentes representan otro de los motivos esenciales de la imagen de esta ciudad, venas por donde circula la sangre que la hace vivir, presentándose todos escenográficos, con edificios y embarcaderos cubiertos de hiedra.

Llegando al lago del amor y bajo el puente de San Bonifacio, pruebo la resonancia de la construcción. Bonifacio me contesta el saludo, un poco distorsionado, mientras tanto, una pareja de japoneses con su arsenal de cámaras fotográficas, filmadoras, planos, planitos captan la dinámica, el puente les contesta con un gracioso acento oriental. Durante el recorrido, me llaman la atención las ventanas de las casas tan cercanas al agua: me concentro en los ladrillos de las viviendas con sus tonalidades ocres, amarillas, anaranjadas, doradas como lingotes de oro.

Una vez desembarcado, empiezo a caminar nuevamente estas calles embrujadas, bordeando los canales. Ahora mi atención está puesta en los numerosos muñecos de paja que adornan las casas; un ciervo que descansa con una cinta azul atada al cuello y, muy cerca, un oso enorme con un gorro rojo, coronan el borde de una ventana; un cisne alado cubre casi la totalidad de una pared, del otro lado del canal una sirena recostada, hecha de bronce, observa a una bailarina con los brazos abiertos, que mira en dirección al sol.

A pocos pasos de allí se encuentra el Museo de Bellas Artes, que contiene una colección muy vasta de pinturas de los primitivos flamencos, vale decir: Jan Brueghel, Rogier van der Weyden, Gerard David, Hugo van der Goes, Hans Memling, entre otros. Existe también aquí un museo imaginario dedicado al gran pintor Jan van Eyck. Si bien todas las obras merecen su momento de contemplación, de meditación, El pago del diezmo, de Pieter Bruegel, el Joven; El bautismo de Cristo, de Gerard David, y la increíble La muerte de la Virgen, de Hugo Van der Goes, son las que probablemente dejarán su huella en mi memoria.

Sigo el recorrido y me encuentro con una rubia bonita que sostiene con una correa a su perrito y en la otra mano lleva prolijamente una bolsita y una palita; le comento cómo es el sistema de paseo del mejor amigo del hombre en mi tierra y, asombrada, me mira tan ajena y perpleja como yo lo estoy haciendo ahora con ella.

 Cruzando el puente María Brug (Santa María), se pueden ver las numerosas maisons-dieu (casas religiosas), financiadas por familias y gremios brujenses, puestas a disposición de personas ancianas y necesitadas. Camino por una callejuela estrecha y me encuentro con las famosas encajeras brujenses, que hacen bailar sincronizadamente sus bolillos al aire libre en una danza de fondos y flores.

A lo lejos, puedo divisar inmensos molinos de viento, orgullosos, majestuosos, imposible no recordar los dolores de cabeza que le provocaban al Quijote. Me despido de las señoras y me encuentro cruzando un puente de piedra antiquísimo, con una enorme puerta, que es el lugar de acceso al Beguinage, algo así como una pequeña ciudad dentro de otra, donde el tiempo transcurre lenta y perezosamente.

El Beguinage es, seguramente, el lugar más tranquilo de Brujas y está abierto para quienes deseen, durante un período de retiro, apartarse de la vorágine de la sociedad y hallar paz y felicidad en la oración.

Volviendo sobre mis pasos, a lo largo de la Steen Straat (calle de las Piedras) y de la paralela a ésta, la Noordzandstraat, ingreso en otro mundo: pequeños y medianos almacenes, casas de ropa, tiendas para todos los gustos, un supermercado, en fin…en esta arteria se encuentra el paraíso comercial de la ciudad. Luego, me encuentro nuevamente en la Plaza Mayor, navego en un riquísimo aroma: las chocolaterías, tan conocidas de Brujas con, creo no equivocarme, los mejores chocolates y pralinés de toda Europa.

Sigo camino y observo las famosísimas casas de encaje, típicos productos brujenses reconocidos en todo el mundo. Cerca de allí, en el Spiegelrei, uno de sus increíbles canales, me detengo a escuchar y paladear a tres violinistas que están interpretando las obras más conocidas del Santo de Venecia: Antonio Vivaldi.

Contemplo a mi alrededor, tomo hacia la izquierda la Naaldenstraat (Calle de la Aguja) hasta el Giermarkt (Mercado de los Huevos), en donde terrazas tentadoras me invitan a tomar un café y el propietario, esta vez, digamos, más parecido a Astérix, me comenta orgulloso que los numerosos monumentos, conjuntos arquitectónicos y obras de arte han sobrevivido casi por milagro a las dos guerras mundiales, sin apenas sufrir daño alguno, añadiendo a ellos una inteligente política de restauración, que ha hecho de Brujas una ciudad sui generis, en donde pasado y presente se dan la mano. Satisfecho con el diálogo, le pregunto por un buen lugar para ir a comer y me contesta que Brujas y sus alrededores cuenta con una multitud de restaurantes con una calidad gastronómica inigualable y me enumera a continuación numerosos y refinados platos a base de carne o pescado. Le agradezco gentilmente sus consejos gastronómicos y sigo con mi marcha. Soy vegetariano hace una década. Es hora de ir a cenar.

Texto y fotos: © Nicolás García Sáez

Años: 1999/2000

Crónica publicada como tapa y nota de doble página central en el suplemento de viajes y turismo de los diarios “Página 12 ” y “La Capital”, de la ciudad de Rosario, Argentina. Este último diario fue fundado en 1867 y es el periódico más antiguo del país, todavía en circulación, por lo que ha ganado el título de “Decano de la Prensa Argentina”.

Ejemplar impreso a disposición del/la interesado/a