Hay algo ancestral en esa imagen que señala el comienzo de un nuevo día. Al amanecer, la embarcación se aleja de aquel rincón del puerto de Buenos Aires mientras el ruido y los edificios se pierden en el horizonte. El río siempre está sucio, inmundo, contaminado, pero, a medida que el ferry avanza, los camalotes y la brisa húmeda y fresca entre el bamboleo, van transformando al simple pasajero en un marinero de agua dulce. Luego de pocas horas, depositados los pies en tierra firme, aparece aquel saber, el de sentirse extranjero (no confundir con inmigrante), o un breve explorador al cambiar de moneda, leer carteles que publicitan productos desconocidos y escuchar los matices en la tonada de los habitantes del país vecino. Los uruguayos nos quieren. Y nosotros a ellos. Siempre, es cierto, está la rivalidad futbolera, de quien es Gardel o el mejor dulce de leche, conflictos lejanos que se evaporan en el túnel del tiempo. Pero hay pocas cosas comparables a nadar en la inmensidad del Río de la Plata durante una mañana templada de primavera, máxime teniendo en cuenta que es la parte más limpia de un río que también nos pertenece.
Primera visita casi obligada, luego de atravesar una cotidianeidad amable, cruzar un puente colgante y la legendaria Puerta de Campo de Vasconcellos, es el casco antiguo: seis manzanas que conforman una escenografía espectacular, preparada para que el visitante se dirija hacia siglos pretéritos: tejas, adoquines antiquísimos, paredes descascaradas de carmín gastado, farolas que titilan de noche y la proximidad del agua colaboran a pintar un paisaje único en Latinoamérica. Fundada en 1680, declarada en 1995 patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO, muy elogiada por Marcello Mastroianni cuando actuó por allí, el lugar es una mezcla de pueblito portuario portugués y español que acaba de dejar el Medioevo. Imperdible “La Calle de los Suspiros”, denominada así en honor a la leyenda de un poeta asesinado por declararle con su trabajo el amor a una mujer. Entre naranjos y palmeras se ubica la Plaza Mayor, centro del casco. Aquí uno decide si sigue derecho hasta el hueso de la historia.
Hay museos, bares, artesanías, gente contenida por las barandas que dan al río. Nadie se suicida por aquí, al menos no en el río. Hay motos que se alquilan, hoteles completos, veleros y lanchas en movimiento. Así las cosas, uno también puede elegir la época que más le convenga. Colonia está abierta todo el año, claro, pero no es lo mismo ir en invierno que en otoño, estar allí un día afiebrado de verano o un martes de Agosto. En verano hay risas, playas sorprendentes con la arena de un color que marea, hay rabas con cervezas, tambores y murga y candombe al atardecer, bajo un sol redondo de naranja fuego que lame los reflejos del agua tibia. Ese es un momento extraordinario. Bastante más frío en Agosto, que invita a paseos reflexivos, placenteros, solitarios. Es fácil en esta época de cielos plomizos detenerse en el Museo del Azulejo, por ejemplo. Por la calle Misiones de los Tapes se llega a este particular establecimiento, que mira hacia el río color león desde hace varios siglos. Allí se expone una colección completa de esta pieza de cerámica, decoración típica portuguesa estampada en infinidad de casas coloniales. Fuera del circuito estricto, un paseo lateral puede ser alrededor del hipódromo o el Frontón de Pelota, vacíos en los meses de mitad de año. En estos espacios amplios, abiertos, se puede sentir la delicia de transportarse con una moto (alquilada en el centro, fue lo que hice) y escuchar el ruido del motor y del viento. Luego de visitar una plaza tonta de toros que no funciona, el otoño también es la época ideal para internarse en los bosques que bordean las playas. Los colores, los sonidos, las luces que se generan en este particular microcosmos, conforman la gota que rebalsa la copa de este destino tan unido al río que, como se ha dicho, se puede visitar todo el año.
© Nicolás García Sáez* / Diario ¨La Portada¨ / *Editor del suplemento de viajes, turismo y cultura*
Año 2013 / Colonia / Uruguay
Ejemplar impreso a disposición del/la interesado/a