Una señora de vestido negro, pelos blancos y mirada huidiza, se detiene a mi lado. Será viuda, pienso yo, ella me interroga sobre Nuria.
“¿Has visto a la Nuria?”.
¨¿Perdón?¨, digo yo.
¨ Que si has visto a la Nuria¨, repite. No tiene una voz melodiosa, tiene una voz de señora negra que anda detrás de Nuria.
¨¿Qué Nuria?¨.
¨Nuria, la Nuria. Nuria y tal ¡Que Nuria va a ser, hombre!¨.
Muy fastidiada sigue su camino por la estrecha , torcida callejuela de Cudillero.
Cudillero, este blanco caserío colgado sobre el mar, en un anfiteatro natural de acantilados sobre la costa centro occidental asturiana. Sobresalen los manzanos en los patios, las puertas y ventanas pintadas con colores vivos, las ropas tendidas al sol, un mirador circular de cemento, una palmera desubicada y un faro que visto a la distancia pierde imponencia. En la bahía se desplazan lentas las barcazas de los pescadores. Sobre un muro encalado una gaviota blanca me mira de reojo. Estoy medio resignado a este curioso destino mío personal de, vaya donde fuere, ser indagado sobre Nuria. Me han preguntado por ella en el Balneario Los Obreros del lago salvadoreño Coatepequé; a la salida de Casa Negreiros, restaurante limeño del jirón Azágaro; en Mitry-Mory, suburbio parisino; en Buenos Aires a cada rato. Ocasionalmente me pregunto cómo será de alta, o de flaca esta Nuria. Qué edad, qué tipo de piel, qué color de pelo, qué apellido. Conocer el apellido facilitaría. Pero no tengo la menor idea y la señora de Cudillero se molestó tanto porque yo no supe qué contestarle. Claro, Cudillero es un lugar pequeño, aquí vive poca gente, no llegan a seis mil habitantes, de modo que entre ellos se conocen, todos saben en donde están los otros. Los habitantes son pocos, en gran parte por haberse ido de la villa desde hace un siglo y medio. Se fueron a zonas de Asturias más activas, a países vecinos, a Hispanoamérica, Cuba, sobre todo, bastante a México, algo menos a la Argentina, por las alarmas permanentes que publican los diarios.
De tan pequeño casi ni existe. No figura siquiera en el Mapa de Comunicaciones del Ministerio de Transportes. En esa inexistencia de perfil bajo está su atractivo más glamoroso. Sus pobladores originarios, pescadores llegados de otros pueblos cantábricos, le dieron el nombre de Codillero por el famoso codillo que configura al puerto. Consecuentemente los locales se autodenominan cudillerenses, prefiriendo esa designación a la de pixuetos, como se les dice en otros lados.”Pixueto suena a cosa de mear” dice Lorenzo. Roque atribuye este genérico a la voz latina¨ piscis¨, más la terminación germánica ¨ottu¨. Roque es Agustín Bravo Fernández de la Muria, un antiguo (1861-1927) prócer del pueblo. Boticario, erudito en latín, escritor polifacético, cronista oficial, hombre devoto y ex alcalde del municipio, tiene un busto en una estrecha plaza de adoquines lisos que las neblinas del vecino mar invaden bastante asiduamente. En el busto nadie se fija, pero el fantasma del alcalde ulula algunas noches. ¿Es el ectoplasma de Bravo Fernández de la Muria lo que ulula o son los celebrantes de las contiguas tabernas del pescado?. La más concurrida es el Mesón del Pescador, donde la famosa sidra asturiana se sirve al estilo chigre, en chorrito fino desde arriba. El acompañamiento incuestionado de esa sidra son calamares recién cobrados desde el azul profundo de la vera mar.
A Lorenzo, el refractario al pixueto meón, lo conocí apenas llegué. Panzón, pelo gris, ojos de ¨yo te lo dije¨, intenso look a marinero que la guitarra tocaba sin cesar. Estaba asomado a una ventana y, apenas detectó que uno de mis oficios o artes era sacar fotos…
¨Te acabas de perder L’Amuravela¨ , me dijo, como quien se regocija y te lo refriega.
¨ ¿Amuravela es el apellido de la Nuria?¨ , pregunté con titubeante, vana esperanza.
¨ Nuria estuvo aquí, bañándose en San Pedro de la Ribera, desnuda hasta los tobillos, tal como su madre la parió, Dios sea loado ¨, dijo Lorenzo. ¨ Si te refieres a Nuria Espert¨. Se relamió en la memoria de la susodicha.¨ Todo el pueblo fue a verla y ella les hizo el shóu. Les bailó un temperendengue¨.
¨¿Usted no fue?¨
¨ Donde va el confesor, va el pecador. Yo por un temperendengue, cualquier cosa¨.
¨ ¿El temperendengue está en el orden de las cochinadas?¨.
¨Que no. El temperendengue es como una giraldilla¨.
La idea de Nuria Espert toda al aire haciendo temperendengue me hizo bajar un poco las ganas.
¨No te pongas cachondo que es de gusto. Esa va por mujeres¨, dijo Lorenzo dándose cuenta. ¨ Y los hombres, a santiguarse el rábano¨, añadió.
No me gustó ese vilipendio y pregunté por el qué es de la giraldilla.
¨La giraldilla se amolda a cualquier gusto¨, dijo Lorenzo. ¨Alegre puede ser, picaresca, inocentona o medio romántica, depende de quién la zarandée, quien le mire bien el donde, cuál y cómo¨ .
Recuerdo a Lorenzo como un hombre de explicaciones que te dejan afuera. Y uno, para no figurar como lelo, se abstiene de pedir que aclare.
¨Cantadas y bailadas con caída y donaire ¨ , amplió, confundiéndome para siempre jamás.
Cudillero no tiene playa propiamente dicha. Están los acantilados y las facilidades del puerto pero, para playa, hay que andar tres kilómetros hasta Aguilar o hasta San Pedro de la Ribera. Y luego, un poco más, ya se llega a Luarca, que es otra cosa. Luarca posee calle peatonal, una ermita, una fonda del siglo XVIII. Todo esto viene a quedar a unos cuarenta kilómetros hacia el oeste de la Costa Verde, o sea Avilés. Pero Cudillero es más dejado de la mano de Dios, nadie va allí deliberadamente, cae de casualidad, como yo, y una vez llegado, se encanta. De tan auténtico te da vértigo. L’Amuravela es el festejo de San Pedro, San Pablo y San Pablín, una ceremonia escalofriante, especie de sermón laico que canturrea un vecino, de profesión pescador (condición indispensable) desde una lancha varada en tierra. El sermón es en verso y jerga pixueta, contándole a San Pedro todo lo que ocurrió en los últimos doce meses de la villa. Todo significa todo. Sale a relucir toda la ropita sucia, el quién con quién y como lo hicieron, las metidas de pata de fulano, las pelas que el Paco debió pagarle al Pepe y de como éste se hizo el oso. Todo eso se cuenta con gran lujo de detalles para que San Pedro se ablande y le tire al pueblo unas condescendencias. Ocurre cada 29 de junio y los días siguientes son un infierno de reproches y explicaciones, pero andá a cantale a Gardel. El pescador que canturrea en pixueta averiguó todo y lo deschava con gran estilo asturiano. Es un expurgue colectivo, en Cudillero, imagínese, no hay psicoanalista que valga.
Durante el día la mayoría masculina adulta de Cudillero sale a pescar Cantábrico afuera, dejando la villa silenciosa y solitaria. Por la calle solo circulan viudas de negro preguntando donde está Nuria, viejitos afectos a la sidra sin burbujas y yo, que intenté salir en un bote de pescadores, pero nadie me quiso llevar. Tienen miedo de que yo sea epiceno de Luarca, trayéndoles infortunio. Pero no. Al caer el sol van volviendo una por una las barcas y, con ellas, el jaleo. Los pescadores llegan cansados, con sus remeras a rayas pero predispuestos, gritan, tienen sus mejillas pinchudas, sus manos grandes, sus botas de goma, trepan hasta la plaza de adoquines lisos y las tabernas que dan a ella para comer el curadillo (pescado de la familia de los escualos) secado al aire seis meses y guisado con guindillas, tomates y cebollas, en ese orden cosa que pique. La noche es toda de los vinos blancos regionales, de besugos o lubinas fritas, de horrible (de aspecto) rape horneado con sal gorda marina y pimientas trituradas, de percebes crudos, de centollas tercas, de carabineros rojos, de cazuelas, de marmitas, de sartenes, de sidras secas, de profanaciones y de toqueteos, de patata con pimentón, de embutidos caseros de carnes roxas, de potaje de berzas, de fabadas, de requesones y bollinas. El pescador que el año próximo tendrá a su cargo los deschaves de San Pedro va de un grupo a otro sonsacando impudicias y, claro, nadie suelta prenda. O si, pero no las propias sino las ajenas.
¨Baile cojonudo es el perlindango, bailado en corro por solo las mujeres¨, dice el gordo Lorenzo. ¨Es el verdaderamente típico de Cudillero¨, agrega orgulloso.
¨¿Cómo es?¨.
¨Eso no es de contar, sino de ver¨.
Y yo lo vi. Se largaron unas mancebas de perlindango contoneándose sensuales al estímulo de giraldillas alusivas. Eso, al principio, es tranquilo, pero después se largan a mover el mandil, también llamado perlindango, con paso menudo, todo muy cool, van entrando rápido en la menesunda.
¨¡Xuan de la Vara/homi de bian!¨, cantan los pescadores con ritmo visigótico de la gleba. “Dá las castañas/a quian nun las tian”. Como cantan estos tipos y como se cantonean las damas!. Lorenzo sale al ruedo como un espontáneo en los toros y endilga su panza con una agilidad de bucanero en las jarcias. “¡Xuan de la Vara/homi de bian!”
¨¿Quien es Juan de la Vara?¨, pregunto entre el bullicio.
¨Un tío de bien, ya te lo han cantado¨, dice él, entre beodo y burlón.
¨¿Pero… y el asunto de las castañas?¨, pregunto en voz alta.
¨Tú no me mueves esas chaflas y yo no te pregunto por la Nuria¨, dice el amigo Lorenzo, ahora muy serio.
La villa empezó puramente marinera, unas barracas, un muelle chueco, las barcas, varias casuchas desarrapadas con los pixuetos, sus mujeres, los niños. Mucho después se arrimaron advenedizos con oficios terrestres, labriegos, menestrales, artesanos que fueron poblando la zanja no costera del Cai. De modo que se les llamó los cáizos. No eran de Cudillero, los dejaban estar, eso es todo. No tenían derecho a nada, ni voto en las decisiones, ni asiento en las celebraciones de los párrocos transeúntes. ¨¿Quieren ir? De pie¨. Toda vez que amagaron con incorporar algún santo a las procesiones, los sacaron a patadas. Eran los parias que el destino xenófobo de los pixuetos se empeñaba en deshacer. No era que calizos y pixuetos se llevaran mal: no se llevaban.
Pero, según los tiempos pasan, estas desconfianzas se amainan y los menestrales fueron poco a poco metiéndose en la cotidianeidad pixueta.Entonces aparecieron los Omaña, que eran los feudales, los señores y sus séquitos encaramados en sus cabalgaduras. Cuando Cudillero adquirió contundencia municipal, sus casas blancas comenzaron a verse del otro lado de la costa. Los Omaña irrumpieron con sus armaduras y sus caras serias y sus alguaciles y escribanos. Pixuetos y cáizos se unieron para resistir, pero olvídate: contra las heráldicas nadie la talla. Instalados allí ya nadie mueve a los Omaña. Dictan la ley. Hasta que no saliese humo de las chimeneas omañas, ningún pescador pixueto ni cáizo menestral podía encender su fuego. Y de cada barca pescadora llegada de la mar, la mejor lubina era para el administrador del administrador del conde. Hubo mucha mala sangre entre los sometidos, regañadientes, sublevaciones y reclamos.
Dios es bueno y al final restablece más o menos el orden de las cosas. Ya nadie en Cudillero se acuerda de estos episodios, comen su fabada con el requesón y bailan sus temperendengues y sus perlindangos con turistas suecas llegadas en los trenes desde Oviedo, o en ómnibus desde Avilés. Los turistas se alojan en el San Pablo, un hotel bastante ferroquinabisleri pero pretencioso en materia de tarifas, o en la pensión El Camarote donde yo estuve, muy limpita y con un desayuno abundante. A unas cuadras de El Camarote, como quien dobla hacia el sur, está la iglesia donde, por unas monedas, te dan agua bendita. Luego, en cualquier almacén, podes comprar algo de trigo y algo de escanda. Mezclando las dos semillas (seis o siete de cada, bien trituradas) con el agua santa, se obtiene un elixir de la buena suerte con efectos garantizados. Lo mejor es dejarlo varias horas para que se compenetre y después mojarte con eso lo que sea.
*Nicolás García Sáez, para la revista ¨Ego¨
Año 2000 / Asturias, España
Original impreso a disposición del/la interesado/a