El orgullo noble y verdadero es aquel que experimentaron nuestros abuelos al atravesar el Océano Atlántico para construir, aquí y desde cero, su propia América, por citar un buen ejemplo. Otra cosa muy distinta es la emoción de aferrarse una y otra vez al clavo terco, ardiendo en la nada misma. En pleno 2025, aún existen seres humanos/as adultos/as que piensan (y sienten, lo que aún es mucho peor) que el “orgullo” (el de las comillas) puede tener sustancia o valor en el firmamento de lo concreto.
¿Te sostuvieron, sin pedirte un ápice a cambio, una mochila de cien toneladas, aliviándote el lomo, la mente y el alma, para que luego tu manera de agradecer fuera la de mostrarte como la mula más chunga del tendal? Por dentro debe ser todo muy parecido a un terremoto, afuera la bocha y la distancia son mucho más cortas: no hay evidencia alguna de procesos que progresen, todo lo contrario, el tiempo corre y la nave va, junto a creencias circulares que no cultivarían ni los menonitas.
© Nicolás García Sáez