Un recuerdo de la niñez, dice Nicolás: “la mezcla de pánico y hechizo cada vez que tenía que salir al ruedo para mostrarle mis personajes al público”, queda impreso en la memoria y se impregna en El abrazo del público (2002). En la pintura, un moebio-artista, ¿estrella de rock, el ídolo?, se arroja en caída libre a una masa informe de pinceladas coloridas, superpuestas y orientadas hacia un centro gravitatorio que, con su fuerza magnética, la del hechizo, terminará por abducirlo. El público, sin cara ni individualización alguna, es evocado en ese estallido gestual, una resonancia de la euforia, los aplausos y las ovaciones, la respuesta esperada. El público abraza al artista y el artista, en su zambullida, extiende sus brazos para abrazar también a su público. En Díptico cinético (2002) vuelve a aparecer el mismo motivo, con idéntica resolución, aunque se agrega un elemento sustancialmente significativo. El uso del díptico, es decir, la pintura dividida en dos secciones (recurso que Nicolás García Sáez retomará más adelante para exponer otras dualidades) parecería convocar un dilema ¿Qué relevancia tiene la reacción del público para el artista? ¿La respuesta esperada forma parte del quehacer artístico? El interrogante revelado en la confrontación de las dos imágenes podría ser la cuestión.
Texto: Florencia Suárez Guerrini