Tenue

Acerca de la ternura de un caracol no hay tanto escrito, diremos que casi nada más allá de la obvia asociación con la casa (refugio freudiano, también) y, en menor medida, su correlato con el paso del tiempo.

Uno puede sugerirle a un duende que ronque como tal, apenas deslizadas sus orejas en cámara lenta y sobre la almohada podrá soñar junto al bálsamo de sus sentidos, pero lo que no puede es quebrantar ese lapso ineludible en el que comulgan sorpresa y diáspora y, a partir de allí, algo que no quiere terminar de coquetear con la realidad. Ablandar a baldazos a un brote no es buena opción, la lluvia, que suele ser abundante, siempre trae tierra mejor y más fértil y -entre  el silencio- se puede contemplar el paso tenue y mágico de los caracoles.

 

© Nicolás García Sáez