Un velo

Quiero dejar plasmado lo siguiente antes de que se evapore entre los pensamientos. Acaba de suceder y ya se está diluyendo entre la liberación de melatonina y las batatas con cúrcuma y miel que tengo pensado cenar en breve.

Bailamos diariamente con el zarandeo. ¿Por qué te altera tanto la seda? Cada tanto nos damos la oportunidad de contemplar una nube, la pensamos, la fotografiamos, la enseñamos, la mostramos, el ombligo se diluye cuando el placer es compartido. Pero, hete aquí que eso aparenta ser el comienzo, la puntita del iceberg, la caricia apenas tenue que se podrá ir descorriendo, o no, a lo largo del tiempo, ahí está el gran desafío.

Incorporado el hábito, existe la posibilidad de  aprovechar un milagro que está siempre al alcance de la mano. Hoy decido evitar el cansancio que merodea cerca de la medianoche. Me siento con la espalda pegada a la pared. Ablando. Cierro los ojos. Me escucho. Me voy. Vuelvo. Qué placer tan grande cuando el tiempo se desliza como un caracol sin techo que atraviesa un velo y, durante algunos segundos, es el reflejo de nosotros mismos, narrando el silencio, el vacío, el filo de la pureza, algo diáfano que respira lentamente en la penumbra. Sucede, durante casi una hora, pero el reloj se presenta bastante más tarde. Ya se ha dicho, el tiempo ingresa en otra dimensión. No hay nada más. Y eso, allí mismo, es todo

 

© Nicolás García Sáez